FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO. 10/02/2016 03:02.
by FELIPE
FERNÁNDEZ-ARMESTO 10/02/2016 03:02
¿Cuánto
valen, querido lector, sus trozos de uñas? No se me hubiera ocurrido la idea de
intentar vender los míos hasta leer las narraciones periodísticas de un
escándalo sexual que acaba de suscitar gran interés en el Reino Unido. Se trata
del caso de un diputado laborista, Simon Danczuk, que ha denunciado a su
predecesor en la Cámara de los Comunes, el liberal Cyril Smith, conocido sobre
todo por su inmensa gordura, aunque también por la fama de una franqueza que
alarmaba a sus colegas. Gracias a la intervención de Danczuk, Smith acabó
deshonrado por pedófilo homosexual. Ahora resulta que Danczuk, tras la quiebra
de su matrimonio, inició correspondencia con una joven de 17 años,
proponiéndole varias opciones sexuales que no se han especificado en los reportajes
publicados pero que, por lo visto, incluían una buena «azotainita». Al parecer
se conocieron en una web fetichista donde la chica vendía - cito textualmente
del diario inglés 'Daily Mail'- «trozos de sus uñas del pie» y muestras de su
ropa interior usada.
Soy ya muy
viejo y entiendo poco de lo que sucede en el mundo de hoy. Pero esta historia
es del todo desconcertante, supongo que para todos. Dos aspectos, sobre todo,
me resultan incomprensibles. En primer lugar, la revelación de que existen
tales sitios web me deja perplejo. ¿Cómo se anunciaría la disponibilidad de los
productos en oferta? ¿Cómo se calcula su valor? ¿Vale más la ropa interior muy
usada que la poco usada? ¿Y las uñas, deben dar la sensación también de estar
usadas? ¿Vale más una uña grande que una pequeña? ¿O es que la del dedo pequeño
del pie atrae más por su delicadeza que la del dedo gordo? O quizás sea una
cuestión de color. Una muy brillante, tal vez, será más deseable sexualmente
que otra sin pintar. ¿Hay que colocar fotos de los pies relevantes para
suscitar el apetito de los clientes? ¿O influirá más la exposición de otras
zonas del cuerpo de la anunciante?
Ni me atrevo
a intentar imaginar lo que hacen los consumidores con los productos adquiridos
en el sitio consultado por el señor Danczuk. La ropa interior servirá, supongo,
para pulir vajillas, aunque resultaría más económico y más eficiente, si no me
equivoco, emplear un paño. Pero, ¡esas uñas! Confieso que me tienen preocupado.
¿A qué perversidad sexual podrían servir? Supongo que no son comestibles, como
las ricas uñas de cerdo que se guisan en Galicia los días de San Lázaro
acompañadas de bertones y chorizos o salsa de laurel. No voy a conectar con la
web para realizar investigaciones, no vaya a ser que me registren como cliente
y un diluvio de mensajes pornográficos se me caiga encima. Ya tengo bastantes
problemas por haberme inscrito en Skype con el objetivo de iniciar contacto con
personajes de nombres evidentemente ficticios, tales como 'SexyKitten' y
'Spankykins'. Acaso habrá algún lector a quien se le ocurrirá aclararlo. Le
ruego, en tal caso, que mantenga un silencio decente y me deje en lo que el
poeta inglés, Alexander Pope, llamó la «felicidad del ignorante».
Luego me
deja perplejo la persecución que se ha iniciado en Inglaterra contra el
desgraciado diputado sexualmente frustrado. En Europa no solemos inhabilitar a
nuestros dirigentes por cuestiones sexuales. Hacer proposiciones a prostitutas
no es, desde luego, lo más grave. Claro que Danczuk había lanzado la primera
piedra denunciando a Smith, lo que le expone comprensiblemente a acusaciones de
hipocresía. Pero el 'pecado' de éste fue de presunta pedofilia homosexual:
bastante distinto, desde luego, que proponer una sesión de 'ñaca-ñaca' a una
chica que vende ropa interior usada por internet. Saber cuáles son los actos
sexuales permitidos por la sociedad actual y cómo distinguirlos de otros que no
están aceptados es cada vez más difícil. A veces se dice que lo importante del
sexo es que sea consensuado. Por eso, según las doctrinas vigentes, se permite
la fornicación rutinaria, siempre que no sea pedófila, y, entre las
proposiciones sexuales, se admiten las exitosas y se condenan las que se
rechazan. Pero seguimos sin tolerar el incesto, aun con consenso entre las
personas.
En los casos
de excesos sexuales protagonizados por políticos no veo ningún criterio
coherente. En Estados Unidos, por ejemplo, Bill Clinton pudo mantenerse como
presidente a pesar de entretener a Mónica Lewinsky en la Casa Blanca, mientras
que el senador Gary Hart tuvo que renunciar a sus aspiraciones presidenciales
por mantener una intriga con una divorciada. En el 'caso Clinton', el consenso
no estaba claro, ya que la joven becaria trabajaba a las órdenes del
presidente, mientras que en el 'caso Hart', la señora -madura ya e
independiente- al parecer compartía el entusiasmo de su amante.
Eliot
Spitzer, en otra manifestación más reciente de la mojigatería estadounidense,
tuvo que dimitir como gobernador de Nueva York por contratar a prostitutas. La
prueba de que sus relaciones eran consensudas era que les pagaba tasas
especialmente elevadas -lo cual, según los ciudadanos contribuyentes hacía más
grave aún el caso-. En Francia, por lo visto, abandonar a una serie de mujeres
no desmerece a un presidente de la República, mientras que en Italia, en el
'caso Berlusconi', la promiscuidad sin discernimiento sólo servía para realzar
el machismo del entonces primer ministro. Al fin y el cabo, el pobre Danczuk no
logró hacer nada más que intercambiar mensajes de texto con la vendedora de
uñas. No consta ni que se acostara con nadie que fuera su mujer. Ni sabemos si
tuvo el consuelo de adquirir unas uñitas ni prendas de ropa interior usadas. Se
le puede acusar de mal gusto; se le puede culpar de ser tonto o patético; pero
no de ser un monstruo sexual al nivel de su predecesor en la Cámara de los
Comunes.
No vale la
pena intentar entender el comportamiento sexual, que es básicamente irracional.
Tampoco merece la pena estudiar la actitud del público respecto las tonterías
sexuales de los políticos, ya que, por lo visto, se hace eco de esa misma
irracionalidad. Casos como el de Danczuk son parte de este mundo actual que
parece ajeno e ininteligible para una persona de mi generación. Hay quien
responde a estafas por correo electrónico, o bebe cacao en polvo, o gasta el
tiempo siguiendo a celebridades por Facebook, Twitter o YouTube. Hasta hay
quien vota a la CUP. Así que puede haber quien se interese por los trozos de
uñas de prostitutas. Para mí, son todos iguales de estúpidos.
Pero hay por
lo menos una conclusión clara que se puede sacar del lío en que se ha metido
Danzcuk. En España en la vida política tenemos la suerte de experimentar casos
mucho más frecuentes de corrupción financiera que de escándalo sexual, a pesar
de que el público español tiene interés insaciable en conocer detalles de las
vidas sexuales de cantantes, actrices, deportistas y familias reales. Me
acuerdo de una concejal de un pueblo de Toledo -cargo modesto, desde luego- que
tuvo que dimitir por protagonizar un vídeo casero pornográfico; pero eso fue
más por la dificultad de mantener su dignidad que por sus supuestos vicios
eróticos. En Italia hubiera podido presentarse a las elecciones generales, como
la notoria Cicciolina, sin que pasara nada.
En España,
en cambio, estamos inmersos en la lista de cientos de casos de políticos
inculpados en fraudes y subornos. Según mi propia cuenta empezamos el año nuevo
con los casos 'ERE' de Andalucía, 'Gürtel' (con su 'caso Bárcenas'
suplementario), 'Nóos', 'Pujol', 'Púnica', 'Rato' y 'Torredembarra', 'PP de
Valencia'... sin contar otros ejemplos de rumores o acusaciones que no se han
llevado todavía a los tribunales, como el de Gómez de la Serna y no sé cuántos
más.
Creo que
debemos felicitarnos por nuestra mayor afición a la corrupción que al sexo.
¡Cuánto más inteligible es el fraude fiscal o el soborno o la malversación de
fondos que la delincuencia del señor Danczuk! ¡Cuánto más lógicos, listos,
coherentes y prácticos son los pecados de nuestros políticos que los de pueblos
menos afortunados! No tenemos una élite mejor, en el sentido moral, que los
demás; pero, tal vez, en este respeto, sí más inteligente.
Felipe
Fernández-Armesto es historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de
Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU).
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