Thursday, 8 September 2016

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FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO. 10/02/2016 03:02.

by FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO  10/02/2016 03:02

¿Cuánto valen, querido lector, sus trozos de uñas? No se me hubiera ocurrido la idea de intentar vender los míos hasta leer las narraciones periodísticas de un escándalo sexual que acaba de suscitar gran interés en el Reino Unido. Se trata del caso de un diputado laborista, Simon Danczuk, que ha denunciado a su predecesor en la Cámara de los Comunes, el liberal Cyril Smith, conocido sobre todo por su inmensa gordura, aunque también por la fama de una franqueza que alarmaba a sus colegas. Gracias a la intervención de Danczuk, Smith acabó deshonrado por pedófilo homosexual. Ahora resulta que Danczuk, tras la quiebra de su matrimonio, inició correspondencia con una joven de 17 años, proponiéndole varias opciones sexuales que no se han especificado en los reportajes publicados pero que, por lo visto, incluían una buena «azotainita». Al parecer se conocieron en una web fetichista donde la chica vendía - cito textualmente del diario inglés 'Daily Mail'- «trozos de sus uñas del pie» y muestras de su ropa interior usada.

Soy ya muy viejo y entiendo poco de lo que sucede en el mundo de hoy. Pero esta historia es del todo desconcertante, supongo que para todos. Dos aspectos, sobre todo, me resultan incomprensibles. En primer lugar, la revelación de que existen tales sitios web me deja perplejo. ¿Cómo se anunciaría la disponibilidad de los productos en oferta? ¿Cómo se calcula su valor? ¿Vale más la ropa interior muy usada que la poco usada? ¿Y las uñas, deben dar la sensación también de estar usadas? ¿Vale más una uña grande que una pequeña? ¿O es que la del dedo pequeño del pie atrae más por su delicadeza que la del dedo gordo? O quizás sea una cuestión de color. Una muy brillante, tal vez, será más deseable sexualmente que otra sin pintar. ¿Hay que colocar fotos de los pies relevantes para suscitar el apetito de los clientes? ¿O influirá más la exposición de otras zonas del cuerpo de la anunciante?

Ni me atrevo a intentar imaginar lo que hacen los consumidores con los productos adquiridos en el sitio consultado por el señor Danczuk. La ropa interior servirá, supongo, para pulir vajillas, aunque resultaría más económico y más eficiente, si no me equivoco, emplear un paño. Pero, ¡esas uñas! Confieso que me tienen preocupado. ¿A qué perversidad sexual podrían servir? Supongo que no son comestibles, como las ricas uñas de cerdo que se guisan en Galicia los días de San Lázaro acompañadas de bertones y chorizos o salsa de laurel. No voy a conectar con la web para realizar investigaciones, no vaya a ser que me registren como cliente y un diluvio de mensajes pornográficos se me caiga encima. Ya tengo bastantes problemas por haberme inscrito en Skype con el objetivo de iniciar contacto con personajes de nombres evidentemente ficticios, tales como 'SexyKitten' y 'Spankykins'. Acaso habrá algún lector a quien se le ocurrirá aclararlo. Le ruego, en tal caso, que mantenga un silencio decente y me deje en lo que el poeta inglés, Alexander Pope, llamó la «felicidad del ignorante».

Luego me deja perplejo la persecución que se ha iniciado en Inglaterra contra el desgraciado diputado sexualmente frustrado. En Europa no solemos inhabilitar a nuestros dirigentes por cuestiones sexuales. Hacer proposiciones a prostitutas no es, desde luego, lo más grave. Claro que Danczuk había lanzado la primera piedra denunciando a Smith, lo que le expone comprensiblemente a acusaciones de hipocresía. Pero el 'pecado' de éste fue de presunta pedofilia homosexual: bastante distinto, desde luego, que proponer una sesión de 'ñaca-ñaca' a una chica que vende ropa interior usada por internet. Saber cuáles son los actos sexuales permitidos por la sociedad actual y cómo distinguirlos de otros que no están aceptados es cada vez más difícil. A veces se dice que lo importante del sexo es que sea consensuado. Por eso, según las doctrinas vigentes, se permite la fornicación rutinaria, siempre que no sea pedófila, y, entre las proposiciones sexuales, se admiten las exitosas y se condenan las que se rechazan. Pero seguimos sin tolerar el incesto, aun con consenso entre las personas.

En los casos de excesos sexuales protagonizados por políticos no veo ningún criterio coherente. En Estados Unidos, por ejemplo, Bill Clinton pudo mantenerse como presidente a pesar de entretener a Mónica Lewinsky en la Casa Blanca, mientras que el senador Gary Hart tuvo que renunciar a sus aspiraciones presidenciales por mantener una intriga con una divorciada. En el 'caso Clinton', el consenso no estaba claro, ya que la joven becaria trabajaba a las órdenes del presidente, mientras que en el 'caso Hart', la señora -madura ya e independiente- al parecer compartía el entusiasmo de su amante.

Eliot Spitzer, en otra manifestación más reciente de la mojigatería estadounidense, tuvo que dimitir como gobernador de Nueva York por contratar a prostitutas. La prueba de que sus relaciones eran consensudas era que les pagaba tasas especialmente elevadas -lo cual, según los ciudadanos contribuyentes hacía más grave aún el caso-. En Francia, por lo visto, abandonar a una serie de mujeres no desmerece a un presidente de la República, mientras que en Italia, en el 'caso Berlusconi', la promiscuidad sin discernimiento sólo servía para realzar el machismo del entonces primer ministro. Al fin y el cabo, el pobre Danczuk no logró hacer nada más que intercambiar mensajes de texto con la vendedora de uñas. No consta ni que se acostara con nadie que fuera su mujer. Ni sabemos si tuvo el consuelo de adquirir unas uñitas ni prendas de ropa interior usadas. Se le puede acusar de mal gusto; se le puede culpar de ser tonto o patético; pero no de ser un monstruo sexual al nivel de su predecesor en la Cámara de los Comunes.

No vale la pena intentar entender el comportamiento sexual, que es básicamente irracional. Tampoco merece la pena estudiar la actitud del público respecto las tonterías sexuales de los políticos, ya que, por lo visto, se hace eco de esa misma irracionalidad. Casos como el de Danczuk son parte de este mundo actual que parece ajeno e ininteligible para una persona de mi generación. Hay quien responde a estafas por correo electrónico, o bebe cacao en polvo, o gasta el tiempo siguiendo a celebridades por Facebook, Twitter o YouTube. Hasta hay quien vota a la CUP. Así que puede haber quien se interese por los trozos de uñas de prostitutas. Para mí, son todos iguales de estúpidos.

Pero hay por lo menos una conclusión clara que se puede sacar del lío en que se ha metido Danzcuk. En España en la vida política tenemos la suerte de experimentar casos mucho más frecuentes de corrupción financiera que de escándalo sexual, a pesar de que el público español tiene interés insaciable en conocer detalles de las vidas sexuales de cantantes, actrices, deportistas y familias reales. Me acuerdo de una concejal de un pueblo de Toledo -cargo modesto, desde luego- que tuvo que dimitir por protagonizar un vídeo casero pornográfico; pero eso fue más por la dificultad de mantener su dignidad que por sus supuestos vicios eróticos. En Italia hubiera podido presentarse a las elecciones generales, como la notoria Cicciolina, sin que pasara nada.

En España, en cambio, estamos inmersos en la lista de cientos de casos de políticos inculpados en fraudes y subornos. Según mi propia cuenta empezamos el año nuevo con los casos 'ERE' de Andalucía, 'Gürtel' (con su 'caso Bárcenas' suplementario), 'Nóos', 'Pujol', 'Púnica', 'Rato' y 'Torredembarra', 'PP de Valencia'... sin contar otros ejemplos de rumores o acusaciones que no se han llevado todavía a los tribunales, como el de Gómez de la Serna y no sé cuántos más.

Creo que debemos felicitarnos por nuestra mayor afición a la corrupción que al sexo. ¡Cuánto más inteligible es el fraude fiscal o el soborno o la malversación de fondos que la delincuencia del señor Danczuk! ¡Cuánto más lógicos, listos, coherentes y prácticos son los pecados de nuestros políticos que los de pueblos menos afortunados! No tenemos una élite mejor, en el sentido moral, que los demás; pero, tal vez, en este respeto, sí más inteligente.

Felipe Fernández-Armesto es historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU).

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